viernes, 4 de marzo de 2011

CHARDIN EN EL MUSEO DEL PRADO

Hasta el 29 de mayo, el Museo del Prado nos da la oportunidad de visitar la obra de Chardin, un pintor del siglo XVIII desconocido para el gran público.
Su obra se enmarca en un momento de reacción al Rococó, ese arte frívolo, decorativista e intrascendente que triunfaba en las Cortes en el siglo XVIII. Chardin nos presenta unos íntimos bodegones que, provenientes de la tradición holandesa, han sido depurados de su sentido moralizante o de su sabor popular. Sus primeras obras muestran  animales muertos, jarrones y vasos de cerámica. Más tarde, introduce figuras de medio cuerpo, personajes anónimos, de mirada congelada y absortos en acciones cotidianas El niño de la peonza, una niña jugando al volante, Dama tomando el té. En su última etapa añade figuras de cuerpo entero y regresa a los bodegones.
Pero, ¿qué hace especial a Chardin? Nadie pintó como él la atmósfera que envuelve los cacharros de cocina, el polvo que cae sobre ellos y tamiza la luz, la concentración de los personajes. Hay que fijarse en sus colores apagados, los marrones, verdes, y especialmente el blanco de sus últimas obras, con un brillo mate que refleja el paso del tiempo y el color lechoso de la loza. Un blanco, que como el de Zurbarán, le da una personalidad única.


Esta poesía de lo cotidiano, es "polvo de emoción" , como decía Cezànne, es lo que ha influido en la obra de dicho artista, uno de los padres del arte del siglo XX,  o Morandi, el artista boloñés que a lo largo de su vida volvió una y otra vez a plasmar el paso del tiempo sobre humildes vasijas de cristal y loza.

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