El Paseo del Prado, es uno de los ejes que vertebra Madrid de sur a norte. Fue el monarca Carlos III, quien ideó la creación del “Salón del Prado” , el límite este de la ciudad, entre las últimas manzanas de casas y el Palacio del Buen Retiro, construido en el siglo anterior, y sobre el “Prado Viejo”, un conjunto de Prados pertenecientes a monasterios como el de los Jerónimos, del que subsiste la iglesia y el claustro (hoy dentro del Museo del Prado), y el de los Agustinos Recoletos, que da nombre al Paseo de Recoletos y sobre cuyo solar se construyó en el siglo XIX el edificio que alberga el Museo Arqueológico Nacional y la Biblioteca Nacional.
Este Salón, concebido con una planta que recuerda a los circos romanos, ya que pertenece a la época neoclásica, en la que se ensalza el arte antiguo, era un lugar de esparcimiento para los madrileños, que paseaban por sus bulevares arbolados y adornados con fuentes, y, además, toda una declaración de intenciones de un Rey que, además de modernizar y embellecer la capital de su reino, deseaba dar un impulso a la ciencia en España.
De ahí la importancia de las tres fuentes que diseñó el arquitecto Ventura Rodríguez y en las que trabajaron los principales escultores del momento: la fuente de la Cibeles, que surtía de agua a los madrileños, la de Apolo o de las Cuatro Estaciones, y la de Neptuno, el dios del mar, en contraposición a la diosa de la tierra, Cibeles.
El interés por el desarrollo científico de Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, como se le llamó, puede verse en el traslado al Parado del Jardín Botánico, cuyas puertas son obra de Sabatini y de Observatorio Astronómico, también debido a Juan de Villanueva, y el Hospital de San Carlos, obra de Sabatini, actual Museo Reina Sofía.
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